El anglicanismo contemporáneo se enfrenta a una encrucijada decisiva. Lo que antes era una Comunión con una identidad clara, hoy sufre una profunda fractura doctrinal y espiritual. Las causas inmediatas son conocidas: desde 2003, decisiones como la consagración de obispos en relaciones homosexuales y la bendición de uniones del mismo sexo han puesto en tela de juicio la autoridad de la Escritura dentro de varias provincias. Pero más allá del síntoma, la verdadera pregunta es: ¿qué rige nuestra fe y práctica? ¿La Palabra revelada de Dios o las presiones cambiantes de la cultura?
Frente a esta crisis, el ensayo ¿Quo vadis, anglicanismo? identifica cuatro tipos de respuesta:
- Acomodación cultural, que adapta la doctrina a la moda del momento, perdiendo su fundamento bíblico.
- Fuga hacia otras tradiciones, como el catolicismo o la ortodoxia, en busca de estabilidad doctrinal.
- Negación complaciente, que opta por ignorar la crisis y seguir como si nada.
- Renovación fiel, la única vía esperanzadora, que llama a una reforma profunda basada en la Escritura, la doctrina histórica y la misión.
El llamado es claro: no abandonar el anglicanismo, sino redescubrirlo en su forma más fiel. Para ello se proponen cinco pasos concretos:
1. Reafirmar la autoridad de la Escritura
El Artículo VI de los Treinta y Nueve Artículos enseña que la Biblia contiene todo lo necesario para la salvación. Si esto es verdad, entonces debe moldear nuestra predicación, nuestra ética, nuestras decisiones pastorales y sinodales. Como Pablo enseñó, «Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, reprender, corregir e instruir» (2 Tim 3:16). Una Iglesia renovada comienza por una Biblia abierta y obedecida.
La historia nos enseña que este retorno a la Palabra no es nuevo. En el siglo XVI, Thomas Cranmer entendió que la reforma debía comenzar con la Escritura. No solo la tradujo, sino que la puso en el centro de la liturgia, la oración y la vida eclesial, como recuerda Peter Adam. Cranmer no intentó simplemente evangelizar una nación; quiso formar una Iglesia empapada de la Biblia. Hoy, nuestro desafío no es evangelizar Inglaterra, sino reevangelizar el anglicanismo. El principio sigue siendo el mismo.
2. Recuperar nuestros fundamentos doctrinales
El anglicanismo ha sido dotado con una herencia teológica profunda: los credos, los Treinta y Nueve Artículos, el Libro de Oración Común de 1662 y las Homilías. No son reliquias del pasado, sino fuentes vivas de enseñanza. Recuperar su estudio y uso, en la catequesis, la formación de ministros y la vida eclesial, permitirá reconstruir la identidad perdida. No hay fidelidad sin doctrina, y no hay doctrina firme sin raíces confesionales.
3. Revitalizar el culto bíblico y la oración
El culto anglicano clásico no es solo estético, sino profundamente formativo. Oraciones como «Dios todopoderoso, para quien todos los corazones están manifiestos…» o la confesión de que «no hay salud en nosotros» nos instruyen en arrepentimiento, fe y humildad. Nuestras liturgias deben reflejar la teología del Evangelio, no los valores del secularismo. Recuperar una adoración reverente, centrada en la Palabra y en la gracia de Cristo, es esencial para la renovación de la Iglesia.
4. Reavivar la misión y la evangelización
El estancamiento doctrinal ha desviado nuestra energía de la misión. Pero el anglicanismo nació como un movimiento evangelizador. Desde Cranmer y Ridley hasta misioneros como Allen Gardiner, nuestra historia está marcada por un celo evangelístico. Hoy, urge volver a esa pasión: formar discípulos, plantar iglesias, predicar a Cristo crucificado. Cuando el Evangelio es proclamado con fidelidad, incluso en tiempos de confusión, la Iglesia florece.
5. Fortalecer la comunión global
La división ha provocado nuevas alianzas. Provincias del Sur Global, como las representadas en GAFCON y GSFA, están liderando el camino en fidelidad bíblica. Unirnos a ellas no es dividir, sino caminar con quienes permanecen en la verdad. Sínodos regionales, colaboración en formación teológica, redes de apoyo pastoral: todo esto puede ayudar a sostener una Comunión renovada, no definida por Canterbury, sino por Cristo y su Palabra.
Conclusión: fidelidad y esperanza
Este ensayo concluye con una nota pastoral: esta crisis no es el fin. Cristo sigue edificando su Iglesia. El llamado no es al éxito humano, sino a la fidelidad. Allí donde una parroquia ora con sinceridad, donde un predicador proclama la Palabra, donde un laico vive su fe con integridad, allí renace el anglicanismo verdadero. Que nuestra respuesta al «¿Quo vadis?» sea clara: volver a la Biblia, a la sana doctrina y a la misión. Ese es el único camino hacia adelante.
Soli Deo Gloria.
Hay disponible una versión extendida de este ensayo. Haz clic aquín para leerlo.