“Creo” o “Creemos”

Introducción

En este estudio queremos detenernos a examinar, con atención y profundidad, una pregunta que a primera vista podría parecer menor, pero que en realidad toca aspectos teológicos, litúrgicos y eclesiales fundamentales: ¿debemos decir creo o creemos al usar el Credo de Nicea?

Este breve ensayo se enmarca en la vida doctrinal y litúrgica de nuestra Iglesia Anglicana, que proclama el Credo de Nicea como parte de la Santa Cena. Y es justamente en ese contexto, no privado ni abstracto, sino comunitario y sacramental, donde esta cuestión cobra todo su sentido.

No se trata de una discusión gramatical, sino de entender qué estamos confesando, cómo lo estamos confesando y por qué lo hacemos en comunidad. A lo largo de este ensayo exploraremos el origen del Credo, su uso histórico, la diferencia entre el texto griego original y sus traducciones, y el peso litúrgico y pastoral de proclamar juntos: «Creemos en un solo Dios…».

Lo que está en juego no es una fórmula, sino la forma en que la Iglesia una, santa, católica y apostólica afirma su fe en el Dios trino que nos ha salvado y nos ha llamado a participar de su vida.

¿Qué haremos aquí? Lo que haremos será entender qué es el Credo de Nicea para luego concentrarnos en la pregunta: Debemos usar “creo” o “creemos”.

A. Introducción al Credo de Nicea

1. Un credo verdaderamente universal

Entre los tres credos históricos que forman parte del patrimonio doctrinal del cristianismo occidental, el Credo de los Apóstoles, el Credo de Nicea y el Credo de Atanasio, el Credo de Nicea ocupa un lugar singular por su carácter verdaderamente ecuménico y universal. Mientras que el llamado Credo de los Apóstoles se utiliza principalmente en la tradición occidental (católica, protestante y anglicana) y el Credo de Atanasio ha caído en desuso incluso dentro del anglicanismo, el Credo de Nicea-Constantinopla es el único de los tres que es plenamente aceptado y utilizado tanto por las iglesias de Oriente como por las de Occidente.

Las Iglesias Ortodoxas, las Iglesias Católicas (romana y orientales en comunión con Roma), las Iglesias Reformadas, luteranas, metodistas, evangélicas históricas y por supuesto las Iglesias Anglicanas reconocen y usan este credo como la más solemne y autorizada confesión trinitaria y cristológica de la Iglesia antigua. Su contenido no es fruto de una especulación abstracta, sino el resultado de la intensa reflexión de la Iglesia primitiva al enfrentarse con herejías que amenazaban la integridad del mensaje apostólico.

Por eso el anglicanismo lo conserva con fidelidad, no solo como una fórmula litúrgica para en su uso sacramental, sino también como un pilar doctrinal. Según el Artículo VIII de los Treinta y Nueve Artículos de Religión:

«Los tres Credos, el Niceno, el de Atanasio y el llamado comúnmente de los Apóstoles, deben ser recibidos y creídos enteramente, pues pueden probarse con certeza por las Santas Escrituras»

2. ¿Por qué surge el Credo de Nicea?

El Credo de Nicea surge como respuesta doctrinal de la Iglesia a las controversias cristológicas del siglo IV, en particular frente a la herejía del arrianismo. Arrio, presbítero de Alejandría, enseñaba que el Hijo de Dios no era eterno ni verdaderamente divino en el mismo sentido que el Padre, sino una criatura excelsa, la primera de las criaturas, pero no Dios en sentido pleno.

Esta enseñanza dividió a la Iglesia y provocó una crisis teológica sin precedentes. En el año 325, el emperador Constantino convocó el Primer Concilio Ecuménico en la ciudad de Nicea (actual Iznik, en Turquía), buscando unidad en el Imperio a través de la unidad en la fe. Asistieron obispos de diversas regiones, especialmente de Oriente, y aunque el concilio fue presidido por obispos, contó con fuerte apoyo imperial.

Allí se redactó una fórmula de fe que afirmaba con claridad la divinidad consustancial del Hijo con el Padre, usando el término griego homoousios (ὁμοούσιος), que significa «de la misma sustancia». Esta palabra se volvió el eje del conflicto, pues los arrianos no podían aceptarla, mientras que para los defensores de la fe apostólica era necesaria para salvaguardar la plena divinidad del Verbo encarnado.

Sin embargo, el texto de 325 no corresponde exactamente al que hoy recitamos en el culto. El Credo que hoy usamos es una versión ampliada y litúrgicamente refinada, promulgada en el Segundo Concilio Ecuménico, celebrado en Constantinopla el año 381, donde se reafirmó la doctrina nicena y se añadió una sección más explícita sobre el Espíritu Santo y sobre la Iglesia. Por esta razón, el nombre técnico de esta confesión es Credo Niceno-Constantinopolitano.

3. Propósito del Credo

El Credo de Nicea no nació para reemplazar la Escritura, sino para proclamar su enseñanza central con claridad frente a los errores. Su propósito era y sigue siendo:

  • Confesar públicamente la fe apostólica, especialmente sobre la Trinidad y la encarnación.
  • Unificar a la Iglesia universal en una misma fórmula de fe, accesible para todos los cristianos.
  • Rechazar las herejías que distorsionaban la identidad de Cristo y del Espíritu Santo.
  • Servir como regla litúrgica y catequética, usada en la celebración de la Santa Cena y en la instrucción doctrinal de los fieles.

Por eso, el Credo no es una elaboración filosófica, sino una confesión de fe nacida de la oración, la Escritura y la vida de la Iglesia, con lenguaje preciso y doxológico. Su finalidad no es solo didáctica sino también litúrgica y espiritual: al recitarlo, no solo afirmamos proposiciones verdaderas, sino que nos unimos a la confesión viva de la Iglesia una, santa, católica y apostólica a través de los siglos.

4. El Credo fue escrito en griego, no en latín

Una característica fundamental del Credo de Nicea–Constantinopla es que su texto original fue redactado en griego, la lengua teológica y litúrgica del cristianismo oriental en los primeros siglos. Esto lo distingue de otros credos, como el de los Apóstoles, que surgieron en contextos latinos, más vinculados a la tradición occidental.

Esto no es un dato meramente lingüístico, sino que refleja el contexto histórico y teológico del siglo IV. En aquella época, la Iglesia era aún una sola, pero su vida teológica se desarrollaba con mayor fuerza sobre todo en el Oriente antiguo, en ciudades como Alejandría, Antioquía, Jerusalén y Constantinopla. Los grandes debates cristológicos y trinitarios se pensaban, discutían y expresaban en griego, y por tanto, la terminología teológica que aparece en el Credo proviene directamente del esfuerzo conceptual de los Padres griegos.

Entre los aspectos más notables del texto griego original se encuentran:

  • El uso del término ὁμοούσιος (homoousios) para describir la relación del Hijo con el Padre. Esta palabra, que significa «de la misma sustancia» o «de una misma esencia», no aparece literalmente en la Escritura, pero fue reconocida por la Iglesia como necesaria para salvaguardar la plena divinidad del Hijo. Es una palabra profundamente metafísica, tomada del vocabulario filosófico, pero usada aquí con un propósito pastoral y confesional.
  • La fórmula πιστεύομεν (pisteúomen), «creemos», que es el verbo en plural con el que comienza el Credo. Este uso destaca que no se trata de una confesión privada o individual, sino de la fe común y corporativa de toda la Iglesia. Por eso, litúrgicamente, el Credo se recita en plural.
  • La expresión τὸ Πνεῦμα τὸ Ἅγιον, τὸ Κύριον καὶ ζωοποιόν («el Espíritu Santo, el Señor y dador de vida»), que muestra cómo el texto griego da títulos divinos al Espíritu Santo, afirmando su consustancialidad con el Padre y el Hijo.
  • El texto griego original no incluye la cláusula “y del Hijo” (Filioque) al hablar del Espíritu Santo. Esta añadidura fue introducida posteriormente en Occidente, en el latín del Credo, y se convirtió en uno de los puntos de disputa doctrinal entre las Iglesias de Oriente y Occidente. En la tradición anglicana, especialmente desde el siglo XX, muchas liturgias han optado por omitir o poner entre corchetes el Filioque, en busca de fidelidad al texto original y de reconciliación ecuménica.

El texto griego del Credo no solo es más antiguo que el latino, sino que, en ciertos pasajes, es también más preciso teológicamente, ya que algunos matices del griego no se traducen fácilmente al latín ni al castellano. Por eso, incluso hoy, las ediciones académicas y ecuménicas del Credo suelen basarse en el texto griego del Concilio de Constantinopla del 381, considerado normativo para toda la cristiandad.

En resumen, el Credo de Nicea no nació en Roma, ni en el Occidente latino, sino en el corazón del cristianismo oriental, fue escrito en griego, como expresión de la fe apostólica común, y ha permanecido como puente doctrinal entre Oriente y Occidente hasta nuestros días.

B. La pregunta que queremos responder aquí: ¿«Creo» o «Creemos»? La formulación del Credo de Nicea

1. El punto de partida: el plural en griego

El texto original griego del Credo de Nicea–Constantinopla comienza con el verbo πιστεύομεν (pisteúomen), que significa «creemos», primera persona del plural. Esto es importante: la redacción conciliar fue comunitaria, no individual, y expresa explícitamente la fe corporativa de la Iglesia reunida en concilio.

Los concilios ecuménicos de la Iglesia antigua no eran ejercicios de piedad privada ni de reflexión teológica solitaria, sino actos litúrgicos y eclesiales, en los cuales los obispos, representando al pueblo de Dios, proclamaban de manera solemne: Creemos en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Este plural también refleja el carácter colegiado y ecuménico del concilio de Nicea (325) y del de Constantinopla (381): no se trataba de opiniones personales, sino de una confesión común, católica, universal.

2. La traducción latina: del plural al singular

En la versión latina posterior del Credo, especialmente cuando fue incorporado a la liturgia romana, el verbo pasó a ser Credo («creo»), en primera persona del singular. Esta modificación no fue arbitraria: tenía su propia lógica litúrgica, relacionada con la práctica bautismal.

En el rito del bautismo, el catecúmeno (o su padrino) respondía afirmativamente a una serie de preguntas: «¿Crees en Dios Padre?», «¿Crees en Jesucristo su Hijo?», etc. La forma de respuesta era naturalmente en singular: «Creo». En ese contexto, el uso del singular subraya la respuesta personal de fe del bautizando o del fiel. Por eso, cuando el Credo de Nicea fue incorporado a la misa romana (en el siglo XI), se usó en singular, manteniendo ese tono de confesión individual en un acto litúrgico comunitario.

Este uso fue heredado por muchas liturgias occidentales, incluyendo el Libro de Oración Comúnanglicano en su edición de 1662, donde en el Credo se dice «Creo», tanto en el Credo de los Apóstoles como en el de Nicea.

3. Dimensiones teológicas del plural y del singular

Ambas formas —«creemos» y «creo»— tienen una profundidad teológica legítima, pero subrayan distintos aspectos de la fe:

a. «Creemos» (plural):

  • Subraya la naturaleza eclesial y comunitaria de la fe. El Credo no es un conjunto de opiniones individuales, sino la confesión de la Iglesia entera.
  • Resalta que la fe cristiana es recibida: no se inventa ni se crea, sino que se transmite en comunión con los santos de todos los tiempos.
  • Refleja la práctica conciliar, el testimonio colectivo del pueblo de Dios y la unidad católica de la Iglesia.
  • Tiene una fuerte resonancia ecuménica: las Iglesias Ortodoxas y muchas Iglesias protestantes modernas (incluso algunas liturgias anglicanas contemporáneas) han vuelto a usar el plural por esta razón.

b. «Creo» (singular):

  • Destaca la apropiación personal de la fe, especialmente importante en contextos bautismales y eucarísticos.
  • Subraya que, aunque la fe es común, cada creyente debe confesarla personalmente.
  • Refleja el principio reformado de que la fe no se impone colectivamente, sino que es un acto individual de gracia y respuesta.
  • Tiene una resonancia litúrgica antigua en Occidente, y su uso está muy arraigado en la tradición anglicana clásica.

4. Testimonios patrísticos y litúrgicos

San Cirilo de Jerusalén, en sus Catequesis Mistagógicas (siglo IV), se refiere al uso del singular en el contexto del bautismo: «No digas: ‘creemos’, sino ‘creo’, porque estás confesando la fe para ti mismo» (Catequesis 5,9). Aquí se ve claramente el uso funcional del singular en contextos personales de fe.

Sin embargo, en los contextos conciliares, litúrgicos o sinodales, el plural es el estándar. Las fórmulas de los concilios dicen: «Creemos…» porque representan la voz de toda la Iglesia.

La liturgia bizantina (usada en las Iglesias Ortodoxas) siempre recita el Credo en plural. En cambio, la liturgia romana y el anglicanismo clásico han conservado el singular.

En la actualidad, muchos libros litúrgicos modernos permiten o prefieren el plural en contextos litúrgicos dominicales.

5. El dilema pastoral y litúrgico: ¿qué debemos usar?

La decisión entre «creo» y «creemos» no es una cuestión de ortodoxia, sino de énfasis. Ambas formas están profundamente enraizadas en la tradición cristiana.

Usar “creemos”:

  • Es más fiel al original griego.
  • Refuerza la unidad eclesial y el carácter conciliar del Credo.
  • Favorece el espíritu ecuménico, al coincidir con las liturgias orientales.
  • Resulta especialmente apropiado en la celebración del sacramentodominical, donde toda la asamblea confiesa la fe común.

Usar “creo”:

  • Subraya la dimensión personal de la fe.
  • Tiene una base litúrgica antigua en Occidente, especialmente en el contexto del bautismo.
  • Puede ser más comprensible para comunidades donde la fe ha sido individualizada o privatizada, aunque esto puede ser también una limitación que no es corregida por el Credo.

En la tradición anglicana reformada, ambos usos son posibles, pero es deseable enseñar que la fe cristiana es personal sin ser privada, comunitaria sin ser anónima. Por eso, la forma plural (“creemos”) tiene un valor catequético y litúrgico mayor en el contexto de la Santa Cena, mientras que la forma singular puede reservarse para confesiones personales (bautismo, confirmación, profesión de fe).

Conclusión: un equilibrio sabio

En última instancia, tanto «creo» como «creemos» son formas legítimas de proclamar la fe cristiana. Sin embargo, dado que el Credo de Nicea–Constantinopla nació como una confesión conciliar en plural, y dado que su uso actual es litúrgico y comunitario, existe un argumento fuerte para preferir “creemos”en nuestras celebraciones dominicales.

Esta preferencia no niega la importancia de la fe personal, sino que la inserta en el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Confesar con la Iglesia: «Creemos en un solo Dios», es recordar que no somos creyentes solitarios, sino miembros de una comunión que atraviesa el tiempo y el espacio, unida por la fe trinitaria recibida de los apóstoles.

El Credo de Nicea en el culto anglicano: una confesión comunitaria en el contexto de la Santa Cena

El Credo de Nicea no es simplemente una fórmula doctrinal abstracta. Su ubicación, inmediatamente después de la proclamación de la Palabra y antes de las oraciones y la consagración de los dones, subraya su función litúrgica, eclesial y teológica.

a. El contexto: el Credo en la liturgia eucarística

En el Libro de Oración Común de 1662 y muchas de sus ediciones contemporáneas, el Credo de Nicea se usa en la celebración de Santa Cena. Esta práctica no es accidental. Su inclusión tiene profundas implicancias:

El Credo responde a la Palabra leída y proclamada: después de escuchar las Escrituras, el pueblo de Dios afirma lo que ha oído: una fe que no se inventa en el corazón de cada uno, sino que se recibe y se afirma juntos.

– El Credo prepara para la mesa del Señor: confesar al Dios trino, al Cristo encarnado, crucificado y resucitado, es disponer el corazón y la comunidad para entrar en comunión con ese mismo Cristo en el sacramento.

– El Credo une a la Iglesia reunida en un mismo Espíritu: no se trata de una suma de creencias privadas, sino de la fe de la Iglesia una, santa, católica y apostólica, que es precisamente lo que el Credo afirma en su parte final.

b. “Creemos”: el lenguaje de la comunidad reunida

En este contexto litúrgico, el uso del plural «Creemos» adquiere una fuerza extraordinaria. No estamos, como individuos aislados, afirmando una fe privada; estamos, como cuerpo de Cristo, proclamando la fe que nos constituye como Iglesia. En otras palabras:

  • El «creemos» es un acto comunitario de adoración y comunión, no simplemente una declaración teológica.
  • Esta confesión no nos pertenece como propiedad individual, sino que nos posee y nos conforma como pueblo.
  • No estamos afirmando nuestra fe subjetiva, sino uniéndonos a la confesión objetiva, histórica, apostólica y trinitaria de la Iglesia universal.

Por eso, resulta especialmente significativo que sea en la liturgia de la Santa Cena donde el Credo de Nicea tiene su lugar más firme, y no en el rito bautismal o en la oración personal. La Santa Cena es el sacramento de la unidad, y el Credo es, por tanto, la confesión de esa unidad trinitaria, cristológica y eclesial.

c. Fe personal en comunión eclesial

Esto no niega la dimensión personal del acto de fe. Todo creyente debe creer con el corazón. Pero el punto crucial es que la fe personal se da dentro de un marco comunitario, sacramental y trinitario. La verdadera fe cristiana no se vive en solitario, sino en comunión con los demás, y esta comunión se expresa litúrgicamente en la Santa Cena.

En la Comunión, no solo recordamos lo que Cristo hizo, sino que participamos de su cuerpo y sangre. Del mismo modo, en el Credo no solo recordamos lo que la Iglesia cree, sino que entramos y renovamos nuestra pertenencia a esa fe compartida, proclamada a través de los siglos.

d. El Credo como eco de la invitación divina

Podemos ir aún más lejos. En la Santa Cena, es Dios mismo quien nos invita a participar de su vida trinitaria. El Credo, por tanto, no es solo nuestra respuesta, sino también un eco del llamado de Dios: al proclamarlo, afirmamos juntos que creemos en aquel que nos ha creado, redimido y santificado, y que nos reúne como su pueblo.

Esta es la razón por la cual el Credo de Nicea comienza con «Creemos». Porque no es una afirmación solitaria, sino un testimonio coral. Porque no es la fe de un individuo buscando a Dios, sino la fe de una Iglesia que ha sido encontrada por Él, salvada por su Hijo y vivificada por su Espíritu. Porque nosotros creemos —como comunidad convocada— en un solo Dios que nos invita a su mesa y nos hace partícipes de su gloria.

Una palabra pastoral

El uso de «creemos» en el Credo de Nicea no solo es más fiel al original griego, sino que también encarna mejor la realidad sacramental y comunitaria de la liturgia anglicana. En la Santa Cena, no venimos solos, no creemos solos, no comulgamos solos. Lo hacemos como miembros de un solo Cuerpo, afirmando la fe que ese mismo Cuerpo ha recibido y transmitido de generación en generación.

Por eso, recitar el Credo en plural es un acto profundamente eclesial, teológico y pastoral. Es nuestra confesión como Iglesia, como comunidad redimida que se une para proclamar: “Creemos”.

Soli Deo gloria

Samuel Morrison
Samuel Morrison

Soli Deo Gloria

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *