Lo que nos lleva a la paz

Lo que nos lleva a la paz
Sermón sobre Lucas 19:41-47, con 1 Corintios 12:1-11

Oración inicial

Dios todopoderoso, en cuya Palabra hallamos vida y paz, abre hoy nuestros corazones para recibir tu verdad. Que tu Espíritu guíe nuestros pensamientos, moldee nuestros deseos y nos acerque más a Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Introducción

Los dos pasajes que tenemos ante nosotros son a la vez desafiantes y esperanzadores. En Lucas 19 vemos a Jesús llorar sobre Jerusalén y purificar el templo. En 1 Corintios 12, Pablo nos recuerda que el Espíritu distribuye dones para el bien común.

Juntos nos plantean preguntas decisivas: ¿reconocemos la presencia de Dios en Cristo? ¿Somos un pueblo purificado? ¿Estamos usando los dones del Espíritu para edificar el cuerpo de Cristo?

Las lágrimas de Jesús

Cuando Jesús se acerca a Jerusalén, Lucas nos dice: «al verla, lloró sobre ella» (v. 41). La palabra indica un lamento fuerte, no una lágrima silenciosa, sino un dolor que sacude todo el cuerpo. ¿Por qué llora? Porque la ciudad no ha reconocido «el tiempo de su visitación» (v. 44).

Jerusalén anhelaba la paz, pero rechazó al que es la Paz. Sus ojos estaban fijos en un libertador político, no en el Siervo sufriente. Jesús prevé la destrucción que vendrá en el año 70 d.C., cuando los romanos arrasen la ciudad.

Sus lágrimas muestran tanto compasión como santidad. Compasión, porque Dios anhela que su pueblo viva. Santidad, porque el juicio sigue al rechazo de su oferta de gracia.

El desafío es personal: ¿están nuestros ojos abiertos para reconocer la visitación de Dios en Cristo? Podemos asistir a la iglesia, cantar himnos, incluso servir en el ministerio, y aun así no confiarle nuestra vida. La advertencia es real, pero también lo es la invitación a recibir la paz de Cristo confiando en él.

La purificación del templo

Inmediatamente después de su lamento, Jesús entra en los atrios del templo y expulsa a quienes habían convertido la casa de Dios en un mercado. Cita a Isaías: «Mi casa será casa de oración» (v. 46). El templo debía ser un lugar de encuentro con Dios, no de explotación ni de distracción.

Este es un acto profético. Al purificar el templo, Jesús señala que ha llegado un nuevo orden. Él mismo es el verdadero templo, el lugar de encuentro entre Dios y la humanidad. Por su muerte y resurrección, el velo será rasgado y se abrirá el acceso al Padre.

La aplicación es clara. La Iglesia, como templo del Espíritu, está llamada a la santidad y a la oración. Si la adoración se convierte en espectáculo, si los ministerios son solo un medio para inflar nuestro ego en vez de glorificar a Dios, entonces también nosotros necesitamos que el Señor derribe las mesas de nuestros corazones.

Preguntémonos: ¿es mi vida una casa de oración? ¿Es nuestra iglesia un lugar de acogida, pureza y testimonio? Jesús purifica no para condenar, sino para restaurar, a fin de que el pueblo de Dios sea lo que está llamado a ser.

Los dones del Espíritu

Las palabras de Pablo en 1 Corintios nos recuerdan que «a cada uno se le da la manifestación del Espíritu para el bien común» (v. 7). El Espíritu equipa a los creyentes con dones diversos: sabiduría, conocimiento, fe, sanidad, discernimiento.

El énfasis está en la unidad. «Hay diversidad de dones, pero el mismo Espíritu» (v. 4). En contraste con la corrupción del templo de Jerusalén, el nuevo templo, el cuerpo de Cristo, debe estar marcado por la vida del Espíritu. Ningún don es para el orgullo personal; cada uno se da para servir.

Esto significa que ningún miembro del cuerpo de Cristo es inútil. Y, al mismo tiempo, ninguno es autosuficiente. El Señor nos ha dado a cada uno algún don para bendecir a otros. Ignorarlo es privar a la Iglesia; usarlo fielmente es glorificar a Cristo y fortalecer a su pueblo.

Reconocer, purificar, servir

Al poner estas lecturas una junto a la otra, emergen tres lecciones.

Primero, el reconocimiento: Jerusalén no supo ver la visitación de Dios. No cometamos el mismo error. Hoy es el día de salvación; hoy el Señor está a la puerta y llama.

Segundo, la purificación: Jesús limpió el templo para que volviera a ser una casa de oración. Necesitamos esa obra purificadora en nuestras vidas y en nuestras iglesias. ¿Estamos dispuestos a que él derribe lo que corrompe nuestra devoción?

Tercero, el servicio: el Espíritu da dones para edificar la Iglesia. La fe no es un asunto privado; florece en el servicio a los demás. Cuando cada parte cumple su función, todo el cuerpo crece hasta la madurez.

Conclusión

Jesús lloró porque Jerusalén no conoció las cosas que hacían la paz. Pero la paz todavía se ofrece: paz con Dios por medio de la cruz, paz entre nosotros por medio del Espíritu, y paz que nos capacita para servir a un mundo herido.

Que sepamos reconocer el día de la visitación de la gracia de Dios. Que nuestras vidas y nuestra iglesia sean purificadas para ser verdaderas casas de oración. Y que ejerzamos con gozo los dones del Espíritu para el bien común. De este modo, el mundo podrá vislumbrar la presencia de Cristo en medio de su pueblo y ser atraído a su amor redentor.

Oración final

Señor Jesucristo, que lloraste sobre la ciudad y purificaste el templo, purifica nuestros corazones y renueva tu Iglesia por tu Espíritu. Concédenos reconocerte, recibir tu paz y servir con los dones que nos has dado. Haznos una casa de oración y un cuerpo de amor, para la gloria de Dios Padre. Amén.

©Samuel Morrison 2025 Soli Deo gloria

Samuel Morrison
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Soli Deo Gloria

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